Para pensar en abstracto sobre un material es un buen ejercicio olvidarse de todas las condicionantes que la arquitectura exige y reflexionar sobre otras obras, a veces muy próximas, realizadas por artistas de diversa naturaleza.
Para pensar en abstracto sobre un material es un buen ejercicio olvidarse de todas las condicionantes que la arquitectura exige y reflexionar sobre otras obras, a veces muy próximas, realizadas por artistas de diversa naturaleza.
Y el vidrio es una buena excusa para este tipo de reflexión: analizando creaciones ajenas al mundo de la arquitectura se puede lograr entender gran parte de las cualidades que se buscan al utilizar un material determinado.
Una de esta obras pudiera ser Le Grand Verre (1915-1923), de Marcel Duchamp. El habernos detenido en esta obra no se debe, como podría desprenderse del título, a que Duchamp utilizara un vidrio de dimensiones especiales; realmente su tamaño no es grande (272,5 x 175,8 cm), como tampoco es un único vidrio; el reflexionar sobre ella se debe a que es una creación que introduce un elemento novedoso: la transparencia, obligando con ella a percibir simultáneamente el objeto y el fondo, modificando, con su posición en el espacio, la percepción de la obra, que adquiere una mayor importancia al desligarse de la pared. Hasta entonces el vidrio había sido un vehículo para modificar y transformar la luz, coloreándola fundamentalmente.
En la misma obra Duchamp ha querido captar el paso del tiempo, pero cómo lograrlo en un material tan imperturbable como el vidrio; Duchamp deja que se deposite el polvo durante tres meses y lo fija en parte creando capas que tamizan la transparencia del vidrio, el resto lo limpia. Este polvo depositado y fijado con barnices deja marcado el paso del tiempo y el hecho de exponer después la obra en vertical, borra el proceso de formación pero mantiene el dato temporal.
En un traslado de la obra el vidrio se rompe fortuitamente y Duchamp vuelve a aprovechar esta oportunidad para marcar el paso del tiempo, colocando Le Grand Verre roto entre dos vidrios, integrando las grietas en la obra y remarcando la cualidad de la transparencia con los nuevos vidrios.
Tras Le Grand Verre consideremos dos obras de Dan Graham por las sugerencias que ofrecen en cuanto a la transparencia y la reflexión.
En Two Adjacent Pavilions (1978-1982) estudia la reflexión sobre dos módulos realizados con vidrio de espejo reflectante. Uno de los pabellones está tapado con un techo de vidrio transparente y el otro opaco. Con esta diferencia Graham consigue que percibamos a través de la incidencia de la luz solar en el interior de los módulos, todo el universo de semitransparencias que se pueden producir.
Por último, en Alteration to a Suburban House (1978) propone sustituir toda la fachada de una casa típica de una urbanización americana por un plano de vidrio, situando, además, un espejo paralelo a la fachada que divide la casa en dos mitades. La fachada de vidrio nos muestra el interior de la vivienda y lo que en ella sucede y el espejo nos devuelve el reflejo de ese interior e introduce en la escena el espacio exterior. La inserción de la propuesta en un entorno construido produce la alteración de todos los códigos que definen los conceptos de público y privado.
Estos tres ejemplos muestran la capacidad sugerente del vidrio y su poder para transformar la realidad espacial a través de la transparencia, los reflejos o de sutiles actuaciones superficiales.
DOSSIER
Un nuevo mundo de relaciones: la fachada de vidrio de la fábrica Van Nelle de Van der Vlugt: Herman Hertzberger
Arquitectura de vidrio: José Benito Rodríguez Cheda y Antonio Raya de Blas
Proyectos: Torre Castelar en Madrid. Rafael de la Hoz, Gerardo Olivares James, Rafael de la Hoz Castanys
Centro de Natación en San Fernando de Henares, Madrid. Luis Moreno Mansilla y Emilio Tuñón
Ampliación de los almacenes Vanderveen. Architectuurstudio Herman Hertzberger
Biblioteca pública en Fuencarral, Madrid: Andrés Perea Ortega